Si has intentado una dieta tras otra, perdiendo peso solo para recuperarlo semanas o meses después, quiero que sepas algo importante: no es tu culpa. No se trata de falta de fuerza de voluntad ni de disciplina. El problema está en las dietas estrictas mismas, que van en contra de cómo funciona tu cuerpo y tu mente.
El ciclo interminable de las dietas que no funcionan
Empiezas con ilusión. Los primeros días o semanas ves resultados. Te sientes motivada, en control. Pero luego algo cambia: el hambre se vuelve insoportable, piensas en comida constantemente, te sientes irritable y cansada. Eventualmente, «caes» y comes lo que habías prohibido. La culpa llega, abandonas la dieta, recuperas el peso perdido (a veces más) y vuelves a empezar con otra dieta diferente.
Este patrón no es casualidad. Es la respuesta predecible de tu cuerpo ante la restricción extrema.
Qué le pasa a tu metabolismo cuando haces dietas estrictas
Cuando reduces drásticamente las calorías, tu cuerpo no entiende que estás haciendo dieta. Para él, estás atravesando una época de escasez, una posible hambruna. Y como está diseñado para protegerte y mantenerte viva, activa sus mecanismos de supervivencia:
Ralentiza tu metabolismo. Tu cuerpo aprende a funcionar con menos energía, quemando menos calorías en reposo. Es como si pusiera tu organismo en «modo ahorro de batería». Esto significa que cada vez necesitas comer menos para mantener el mismo peso, convirtiendo la pérdida de peso en algo cada vez más difícil.
Aumenta las hormonas del hambre. Tu cuerpo eleva los niveles de grelina (la hormona que te hace sentir hambre) y disminuye la leptina (la que te indica saciedad). Por eso sientes que podrías comer sin parar, especialmente alimentos densos en calorías.
Reduce tu gasto energético. Te sientes más cansada, te mueves menos de forma inconsciente, tu temperatura corporal puede bajar ligeramente. Todo esto reduce las calorías que quemas diariamente.
Estos cambios metabólicos no desaparecen cuando terminas la dieta. Pueden durar meses o incluso años, haciendo que recuperar el peso sea casi inevitable.
El impacto psicológico: más allá de las calorías
Las dietas estrictas no solo afectan tu metabolismo. También tienen un precio emocional y mental significativo:
La mentalidad de prohibición genera obsesión. Cuando etiquetas ciertos alimentos como «prohibidos», automáticamente se vuelven más deseables. Tu mente se fija en ellos. Piensas en pizza mientras comes tu ensalada sin aderezar. Esta hiperconciencia de lo que «no puedes» tener agota tu energía mental.
El efecto «qué más da». Cuando finalmente comes algo que habías prohibido, suele desencadenarse el pensamiento: «Ya arruiné la dieta, qué más da si como más». Esto lleva a episodios de comer en exceso que no ocurrirían si no hubieras estado restringiéndote.
Desconexión de tus señales internas. Las dietas estrictas te enseñan a ignorar tu hambre y saciedad natural. Te dicen cuándo, qué y cuánto comer basándose en reglas externas, no en lo que tu cuerpo necesita. Con el tiempo, pierdes la capacidad de reconocer si realmente tienes hambre o estás satisfecha.
Ciclo de culpa y vergüenza. Cada dieta abandonada puede hacerte sentir que fallaste, que no eres lo suficientemente fuerte. Esta narrativa daña tu autoestima y tu relación con la comida, creando un ciclo donde vuelves a la siguiente dieta desde un lugar de desesperación en lugar de cuidado propio.
Por qué recuperas el peso (y a veces más)
Con un metabolismo ralentizado, un hambre aumentada y una mente agotada de restringir, tu cuerpo busca activamente recuperar el peso perdido. Además, puede añadir un «colchón» extra como protección contra futuras «hambrunas».
Estudios han mostrado que las personas que hacen dietas restrictivas repetidamente pueden terminar pesando más a largo plazo que quienes nunca hicieron dieta. No es porque no se esforzaron lo suficiente, sino precisamente porque su cuerpo respondió a ese esfuerzo extremo.
¿Entonces qué funciona?
Si las dietas estrictas son el problema, ¿cuál es la solución? La respuesta no es otra dieta más restrictiva o el plan «definitivo». Es cambiar completamente el enfoque:
Alimentación flexible, no perfecta. En lugar de reglas rígidas, busca un balance que incluya alimentos nutritivos y también aquellos que disfrutas. No hay alimentos buenos o malos.
Reconectar con tu cuerpo. Aprende de nuevo a comer cuando tienes hambre y parar cuando estás satisfecha, no llena. Esto toma tiempo, especialmente después de años de dietas, pero es posible.
Cambios sostenibles. Pregúntate: ¿puedo comer así durante años? Si la respuesta es no, probablemente no es el camino adecuado.
Cuidado, no castigo. Cambia la motivación desde el castigo por cómo te ves hacia el cuidado de cómo te sientes. Come bien porque quieres sentirte con energía, no porque «debes» verte de cierta manera.
Rompiendo el ciclo
Si estás cansada de empezar dietas cada lunes, de sentir que la comida controla tu vida, de recuperar el peso una y otra vez, quizás es momento de dejar de preguntarte «¿qué dieta debería probar ahora?» y empezar a preguntarte «¿cómo puedo hacer las paces con la comida?»
Tu cuerpo no es tu enemigo. No necesita ser dominado o controlado con reglas extremas. Necesita ser escuchado, alimentado adecuadamente y tratado con respeto. Las dietas que no funcionan te han enseñado a luchar contra ti misma. Es hora de aprender a trabajar con tu cuerpo, no en su contra.
El cambio real y duradero no viene de la próxima dieta de moda. Viene de construir una relación saludable con la comida y contigo misma. Y eso, aunque toma más tiempo, realmente funciona a largo plazo.



